De nuevo inicio una reflexión a instancias de una persona que cuando la dije es que no te escuchas nada, se me quedó mirando seriamente y me dijo: pues a ver cómo me escucho si no sé.
Y tenía toda la razón. Escúchate a ti misma es una expresión que solemos decir todos muy alegremente, sin pararnos a pensar que le estamos pidiendo a alguien una acción de una complejidad enorme y para la que, muchas veces, no están o estamos entrenados.
Escuchar, consiste en prestar atención a lo que se oye e interpretarlo en función de las percepciones recibidas.
Así, escucharse a uno mismo supone prestar atención a la voz de nuestro guía interno, de ese Yo Superior conectado con la divinidad que también somos e interpretar las señales que va poniendo en nuestro camino de vida para que, a modo de brújula interna, nos sirvan de orientación en el viaje que emprendimos al nacer.
A muchas personas les resultará más fácil llamarle intuición, sexto sentido o cualquier otra denominación que se adapte más a su concepción del mundo.
Llamémosle intuición, Yo Superior o guía interno, de cualquier manera, es evidente que esas señales no son perceptibles por las vías usuales por las que recibimos la información ni es a través del pensamiento racional que accedemos a su significación.
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Creo que todas las personas nacemos con la capacidad de poder oír y escuchar a nuestro guía interno, a nuestro Yo Superior. No solamente estamos dotados de raciocinio sino también, de otra facultad que, a modo de antena, nos permite sintonizarnos con la frecuencia en la que nuestro Yo Superior nos habla.
Escucharse a uno mismo supondría utilizar esa facultad con la que todos nacemos primero para oír las señales y luego para interpretarlas.
Y, como si camináramos en círculos, hemos vuelto otra vez al principio de esta reflexión, pero ¿Cómo me escucho si no me oigo?
Haber nacido con la facultad no implica que, automáticamente, esa brújula interna se va a poner en funcionamiento y nos va a ir dando indicaciones precisas.
De la misma manera que nacemos con ojos pero si no hay luz no vemos, la facultad de oír a nuestro guía interno necesita de unas condiciones que se tienen que dar desde los primeros años de vida y cuidarlas a lo largo de la misma.
No puedo hablar de sociedades que no conozco, pero de esta sociedad occidental si puedo decir que no solo no ayuda al desarrollo de esa facultad, sino que más bien la anula y atrofia desde los primeros años de vida con el tipo de educación controladora y unificadora que recibimos y en la que sólo se potencia un tipo de pensamiento racional acorde con el modelo de sociedad que se quiere implementar.
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La voz de nuestro guía interno es como el susurro suave de una hoja movida por un viento ligero, apenas perceptible y, mucho menos si esa hoja se mueve en medio de mil trompetas que sonaran al unísono.
Oír a nuestro Yo superior no parece pues tarea fácil, pero, con paciencia y práctica podremos oírle y escucharle.
Ese susurro suave de hoja movida por el viento que he mencionado anteriormente para referirme a la intensidad de la voz de nuestro Yo Superior, ¿Cómo suena?
Suena en forma de una disonancia cognitiva en medio de una situación. Dicho en otras palabras, es cómo si algo no cuadrara en lo que estoy viendo y escuchando.
Por poner un ejemplo que haga accesible la idea. Imaginemos que entramos en una habitación y está todo limpio y resplandeciente, como los chorros del oro, y de repente, nos damos cuenta de que encima de la mesa hay una tacita sucia y descascarillada. Esa taza no nos cuadra con el resto de la habitación. Ese sería el sonido de nuestro yo superior, a otros niveles.
O, un ejemplo más, estamos recibiendo una propuesta de trabajo extraordinaria, nos explican detalladamente el sueldo que vamos a tener, el horario de entrada y salida, los periodos vacacionales, pero cuando preguntamos por algún detalle concreto de las tareas que es importante para nosotros no nos contestan y siguen hablando pormenorizadamente de cualquier otro aspecto.
En ese momento o después, cuando repasemos detenidamente la propuesta de trabajo, nos va a saltar una alerta que nos diga que no encaja la falta de explicación sobre lo que hemos preguntado con el resto de la conversación. Es la voz de nuestro Yo Superior diciendo que puede que no sea todo tan genial como nos lo estaban presentando y que quizá hay algo que se nos oculte y nos dice que al menos, reflexionemos e indaguemos más antes de firmar el contrato.
La voz de nuestro Yo Superior suena también como un malestar casi imperceptible que sentimos en algunas ocasiones y al que muchas veces no prestamos atención.
De nuevo lo ejemplifico. Entramos en una tienda a comprar unos zapatos que hemos visto en el escaparate y que nos han gustado mucho. Nos probamos los zapatos y es que nos encantan, son ideales. Damos unos cuantos pasos por la tienda y notamos una ligerísima opresión en la puntera del zapato. Prácticamente nada. Esa opresión sería, en otros niveles, la voz de nuestro Yo Superior que nos está diciendo; son preciosos sí, pero zapato que oprime un poco en la zapatería, te hará rozadura segura en cuanto andes unas horas en la calle.
Hemos podido sentir ese malestar de manera emocional en alguna relación con alguien con quien mantenemos una relación de amistad o amorosa cuando, en una tarde de disfrute estupenda donde todo ha discurrido con alegría, esa persona ha hecho o dicho algo hiriente que nos ha molestado, quitándonos por un momento la sonrisa de la boca. Pudiera ser que la relación que a nosotros nos parece tan estupenda no lo sea tanto y la voz de nuestro Yo superior que nos habla con ese malestar sea el anuncio de futuros descalabros emocionales. ( ¡Cuantas veces ante una decepción no hemos dicho, si en el fondo de mi corazón sabía que no era de fiar: era nuestro Yo Superior al que no escuchamos!)
La voz de nuestro Yo Superior también puede sonar como un malestar físico: dolores recurrentes en una zona del cuerpo o pequeños accidentes, suelen ser su voz diciéndonos que no estamos prestando atención a nuestro cuidado físico y emocional.
La voz de nuestro guía interno también suena como un impulso repentino e injustificado, un pensamiento que aparece en nuestra mente sin venir a cuento y que sorprende a nuestro sistema racional con propuestas que se salen del cauce habitual de nuestra vida y que en numerosas ocasiones reprimimos o rechazamos diciéndonos que ¡Vaya idea loca se me ha ocurrido!
Nuestro Yo Superior suena también como algún hecho insólito con el que nos encontremos inesperadamente, puede ser una persona con la que nos cruzamos y que nos capta la atención por algún motivo, ya sea por su vestimenta o por lo que va diciendo o por su forma de moverse. Percibimos algo fuera de lo común.
O, quizá, sea la sorpresa o indignación que nos causa que ocurra algo fuera de lo común en nuestra vida diaria. No tiene por qué ser que veamos elefantes volando por supuesto, puede ser una reacción, positiva o negativa, pero excesivamente exagerada y desajustada a la situación de algún amigo, vendedor o vecino con el que nos crucemos. Ese puede ser el sonido de la voz de nuestro Yo Superior.
La voz de nuestro Yo Superior se percibe como la firme convicción que mantenemos sobre alguna cuestión pero que no podemos ratificar con argumentos racionales. No me digas por qué pero eso es de esta manera o de la otra, nos solemos decir a nosotros o a los demás ante alguna cuestión o tema para el que nosotros tenemos explicación segura pero no lo podemos argumentar con lógica.
Y, por concluir ya el repertorio de sonidos que la voz de nuestro Yo Superior puede adoptar, quizá sea el sonido de esa reflexión que hacemos estableciendo causalidad entre dos hechos sincrónicos.
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Ya dije que no era tarea fácil percibir el sonido de la voz de nuestro Yo Superior, primero por la sutileza de la intensidad con la que suena y después, por el código singular con el que hemos visto que nos habla.
Rara vez nuestro Yo Superior nos habla a gritos. Todo lo contrario, suele ser un sonido casi imperceptible, susurro de hoja moviéndose en el suelo dije antes, que llega a nosotros envuelto en el barullo en el que normalmente discurre nuestra vida.
Trajinamos de acá para allá ocupados en mil tareas, castigamos nuestro cuerpo con alimentos y tareas que lo ponen a prueba diariamente, y, nuestros pensamientos y emociones mantienen un parloteo constante en nuestro interior que tapa cualquier otra percepción que no sea la recibida por los cauces del entendimiento racional.
Sin acallar el ruido interno y externo es casi imposible que
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podamos escucharnos.
No es necesario que demos un cambio radical de vida, que no siempre será posible ni por supuesto deseable, basta con que empecemos a dedicar un tiempo en nuestra rutina diaria, para que esa facultad pueda crecer y desarrollarse.
Actividades como meditar, escuchar música inspiradora, pasear en soledad por la naturaleza, el contacto con otros seres vivos, animales, rocas, plantas, centrar nuestra atención en el momento presente y otras de índole similar que se le puedan ocurrir al lector son ejercicios que poco a poco van a ir preparando el terreno para que la voz de nuestro Yo superior sea percibida.
Pero que nadie lleve prisa que no podemos pretender levantar cincuenta kilos después de acudir un día al gimnasio. Todo requiere práctica y acallar el ruido interno y externo yo diría que muchísima práctica hasta empezar a ver resultados.
Y luego viene la segunda parte que no es menos compleja. Una vez percibidos los sonidos de la voz de nuestro Yo superior viene el escucharlos, es decir, interpretar el significado de esas percepciones.
Y aquí hay que tener cuidado porque he visto en más de una ocasión, interpretaciones que se hacen con la mente en función de los esquemas que cada cual tenemos y que aplicamos a todo.
Según mi entendimiento del tema, a la hora de interpretar esa señal de nuestro Yo Superior, a la hora de escucharnos, hemos de partir de la consideración de que nunca nuestro yo superior nos va a marcar o imponer el rumbo de nuestra vida. No va a tomar el timón y llevarnos a un destino que nosotros no hayamos decidido. A lo sumo será un golpe ligero en ese timón que nos haga recapacitar sobre tal o cual cosa.
Siguiendo con uno de los ejemplos anteriores, el de los zapatos, nuestro yo superior no nos va a decir no te compres estos zapatos que te hacen daño, él nos va a mostrar las molestias que nos causan y nosotros decidiremos si queremos comprarlos porque son tan bonitos que no nos importan esas molestias o preferimos buscar otros con los que caminar más cómodos.
Ni nos va a decir vete y matricúlate en tal centro y de tal carrera o estudios. A lo sumo ocurrirá algo en tu vida que te muestre la necesidad de formación y serás tú la que decidas los estudios que eliges en función de tus preferencias y las posibilidades que tengas.
Hemos venido con libre albedrío, con la capacidad de decidir y seremos nosotros, en última instancia, los que decidamos en un sentido u otro.
Sé que, aunque nacemos con la capacidad de oír, no todos somos capaces de percibir todos los instrumentos que intervienen en una sinfonía ni los múltiples matices de las variantes de la melodía de la composición. Hay gente con buen o mal oído, solemos decir de forma coloquial. Pero no hay nadie que no pueda aprender. mejorar y avanzar con respecto a su situación inicial si se ejercita constantemente en una tarea.
Lo mismo ocurre con la voz de nuestro Yo Superior. Por eso he desgranado aquí estas reflexiones, para que sirvan a la persona que me las inspiró y a cualquier otra que las leas de impulso y guía iniciales en la tarea de escucharse.
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Imelda Akasha
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