Hay un término agrícola, estar en barbecho, que explica muy bien el estado emocional, intelectual y físico que convendría que cada uno de nosotros adoptáramos como práctica cotidiana en algún momento del día, o cada cierto tiempo, para garantizar nuestro bienestar.
Efectivamente, el agricultor sabe que, para que su parcela siga produciendo cada año de manera provechosa tiene que reservar la mitad o un tercio de la superficie, según se trate de rotación bienal o trienal, al barbecho.
Si deja la mitad en barbecho durante ese año no sembrará nada en esa parte de la parcela, cultivando sólo en la otra mitad. Al año siguiente sembrará en la tierra que anteriormente estuvo sin cultivar y dejará en barbecho la que se cultivó. Así garantiza que siempre habrá una mitad de su parcela en la que la tierra está en condiciones óptimas de producir. En el caso de la rotación trienal la parcela se dividirá en tres partes y en tres años cada parte habrá estado en barbecho durante una año y las otras dos cultivadas.
Cuando la tierra está en barbecho no produce nada, pero se está regenerando, descansando, recomponiendo los nutrientes que enriquecen el terreno para permitir una posterior producción.
A veces, el agricultor ayuda a esa regeneración plantando algún tipo de leguminosas que van a contribuir a acelerar ese proceso de regeneración por las sustancias que dejan en el terreno.
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En el caso de las personas, reservarse un periodo al día, o a la semana, para estar en barbecho, es garantía de que vamos a dar a nuestro ser tiempo y espacio para descansar, para nutrirse y regenerarse para poder reparar ese tejido interno que nos configura y que se va rompiendo sin percibirlo ante la inclemencia de las exigencias internas y externas a las que nos sometemos.
Se trata de un periodo de calidad en el que no hacemos aparentemente nada productivo pero que nos enriquece y alimenta profundamente: escuchar música, vagar de un lado a otro, alguna actividad manual que nos agrade por el mero hecho de hacerla, leer un libro o dejar que el sol y el aire acaricien nuestro cuerpo.
Es sentir el agua en nuestros pies, o escuchar la música del viento moviendo las hojas de los árboles, o posar la mirada en la línea del horizonte, contemplando el azul del cielo o la forma de las nubes, o el discurrir del agua de un rio o abstraerse mirando la forma de un objeto….. lo que veamos que calma nuestra mente y nuestro cuerpo sin pretensión alguna de hacer, sino de estar.
Estar en barbecho es un regalo de salud que nos hacemos y mucho más en las circunstancias por las que atraviesa nuestra sociedad actual.
Soy de las que piensa que cada generación que ha poblado la Tierra ha tenido sus propios retos y dificultades que asumir.
No voy a comparar pues, si los retos que atravesamos ahora nosotros son mayores o menores que los que atravesaron nuestros antepasados, pero si creo que nuestra sociedad nos somete a unas exigencias y nos envuelve en un ruido que nos tiene desnortados y desarmados para poder afrontarlas.
Algo no funciona bien en esta sociedad cuando hasta en los anuncios de TV aparecen productos para combatir la ansiedad, el estrés y la depresión, cuando, en definitiva, un alto porcentaje de sus miembros se quiebran en el esfuerzo de vivir.
Es evidente que las personas nos sentimos sometidas a unas exigencias que nos están agotando, y a las que respondemos a costa de nuestra salud física y mental.
Este sistema global en el que estamos, nos muestra en internet o en la televisión mundos ficticios, falsos e inalcanzables para la mayoría de los individuos: casas imponentes, juventud eterna, ausencia de enfermedad o dolor. Todo al alcance de un clip en el ordenador, sin esfuerzo ni sufrimiento.
Pero la realidad que vivimos es otra: el dolor existe, el sufrimiento existe, hay paro, hay trabajos agotadores, fealdad, pobreza, enfermedad, ausencia de valores, por lo que las exigencias que conlleva acoplarse a esos mundos ficticios nos rompen, porque las realizamos a costa de no tener en cuenta las tareas de cuidado y amor a nosotros mismos de las que ni siquiera somos conscientes porque el ruido a nuestro alrededor nos impide escucharlas y atenderlas.
La disonancia entre lo que somos y lo que queremos y hacemos conforme a los patrones de triunfo y éxito que se nos inculca por todas partes, se salda con ese estado de incertidumbre y ansiedad que sufrimos y que desembocan en la enfermedad. Nos rompemos por dentro.
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Reivindico así el estar en barbecho como medida preventiva de la enfermedad , o, caso de estar ya sufriéndola, como posicionamiento de nuestro ser para darle tiempo y oportunidad de nutrirse y regenerarse para que, pasado el tiempo que se necesite, florecer de nuevo.
Sabiendo que lo que ocurrió durante ese periodo de barbecho nos habrá transformado por completo y las flores que daremos tendrán, a partir de entonces, el color y el olor inequívoco de lo que somos auténticamente, sean las que sean las exigencias de nuestro medio.
Imelda Akasha
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Muy buen articulo