La palabra perdón está unida intrínsecamente a las palabras ofensa, herida, daño o dolor. Sin ofensa no existiría el perdón. Y el tamaño de la ofensa está en relación directa con el tamaño del perdón.
Hay ofensas pequeñitas para las que utilizamos un perdón automático que apenas va más allá de una mera convención social: Perdón decimos a modo de escusa cuando tropezamos con alguien o cuando, involuntariamente, tiramos o rompemos algún objeto de otra persona.
Hay otro tipo de perdón que ya no es tan automático, requiere un acto de nuestra voluntad y de nuestro pensamiento: le perdoné el dinero que me debía, decimos cuando hemos saldado o borrado una deuda
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Y hay un tipo de perdón que se escribe con mayúsculas, grande y enorme, que se corresponde con alguna herida profunda que hemos recibido de alguna persona.
Esta herida, generalmente ocasionada por personas muy queridas para nosotros, la llevamos abierta en nuestro corazón y nos encadena a la persona que nos la infirió con sentimientos de rabia, dolor y hasta odio.
Suelen ser heridas tan grandes que, de alguna manera, han determinado el curso de nuestra vida y nos mantienen prisioneros de unos hechos seguramente lejanos en el tiempo y cuyo solo recuerdo nos altera y nos vuelve a afectar como si se acabaran de producir.
Para librarnos de estas ofensas, no nos vale la voluntad de olvidarlo y dejarlo atrás, de perdonar. Por mucho que con el pensamiento razonemos no conseguimos romper las cadenas que nos atan a esas heridas del pasado.
Nos dicen los gurús de desarrollo personal que para estas ofensas no vale perdonar con la cabeza, hay que perdonar con el corazón.
Y, claro, nos quedamos a cuadros, porque a ver como perdonamos con el corazón, que si estuviera a nuestro alcance ya lo habríamos hecho hace tiempo para poder quitarnos esa losa de resentimiento y rabia que llevamos a cuestas.
Cuando oímos eso de perdonar con el corazón es inevitable que, además de la ofensa con la que cargamos, nos invada un sentimiento de incompetencia por no saber cómo hacerlo.
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Pero podemos aprender a perdonar con el corazón. Hay un camino que muchas personas hemos seguido y que aquí os voy a mostrar
En primer lugar, hagamos un juego de palabras. En vez de decir se perdona con el corazón, digamos se ama con el corazón.
La expresión amar con el corazón nos resulta más accesible a todos. Nos evoca los sentimientos que nos despiertan hijos, padres, hermanos, pareja o algún amigo muy cercano.
Si nos detenemos un momento en recrearnos en esa persona a la que amamos seguramente se nos pondrá una sonrisa en la boca recordando alguna vivencia y nuestro estado de ánimo será más alegre. Es el sentimiento del amor que sale de nuestro corazón.
Todos entendemos perfectamente que ese sentimiento nace de ahí y no de nuestra cabeza. Con el solo pensamiento de amar a alguien no conseguiríamos amarle.
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Llegados a este punto, podemos afirmar con rotundidad que el perdón del que hablamos no es un pensamiento, es un sentimiento.
Podría parecer que hemos andado hasta aquí para llegar a un callejón sin salida.
Pero sí hay salida. Podemos sentir el perdón, o lo que será lo mismo podremos VER a la persona que nos dañó con el corazón.
Solo cuando VEAMOS se abrirá ante nosotros el camino que nos llevará a alcanzar el sentimiento del perdón.
No os voy a engañar. No es un camino fácil, todo lo contrario, está lleno de obstáculos y dificultades, A lo largo de él, tendremos que sufrir una profunda transformación interior que nos hará modificar concepciones y esquemas preestablecidos y que concluirá, cuando podamos VER a la persona que nos infringió las heridas y con la rotura de las cadenas de rabia y odio que me tenían esclavizada a ella.
Sentiremos el perdón. Podremos perdonar con el corazón. Habrá cambiado nuestra visión del mundo
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Como veis hablo de nuestra transformación interior, no de cambiar a la persona que me infringió la herida. No hablo. tampoco, de borrar la herida ni de olvidarla.
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Somos nosotros los que tendremos que modificar la forma que tenemos de mirar TODO lo que nos rodea.
Dicen los versos del poeta Ramón de Campoamor, a finales del siglo XIX, En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el cristal del color con que se mira en un trasunto poético de lo que la mecánica cuántica pondrá de relieve en el experimento del observador.
Mirar no es lo mismo que ver. Podemos estar dos personas mirando una misma cosa y no estar viendo lo mismo. Y, en consecuencia, construirnos visiones de la realidad totalmente diferentes.
Pongamos un ejemplo. Imaginad que alguien muy querido os dice que tiene dificultades económicas y vosotros solícitos le pagáis las facturas sin decirle nada. Pero cuando volvéis a ver esa persona está tremendamente enfadada por eso, y en vez de la sonrisa que esperabais recibir os lanza improperios. Como vosotros solo visteis su necesidad y la bondad de vuestro corazón cuando pagasteis las facturas, no entendéis nada y os sentís ofendidos, heridos.
Apliquemos otro posible punto de vista, otra mirada. El de la persona a la que pagué la factura. Lleva toda su vida esforzándose y se siente muy orgulloso de si mismo, de que pese a las dificultades siempre ha sabido salir adelante. Es muy altivo y se aferra a su independencia por encima de todo. Ha visto vuestra intromisión como una ofensa, como si le hubierais dicho, tu no puedes lo hago yo. Se ha sentido infravalorado. No ha visto vuestra bondad, ha visto sólo el menosprecio que ha sentido.
La escena es la misma pero ¡ cada uno ha visto cosas diferentes!
El resultado de ver está tanto en lo observado como en la persona que lo observa.
Pongo otro ejemplo de hasta que punto nuestra forma de mirar configura la realidad que vemos. Imaginemos un padre o una madre que pasan muchas horas fuera de casa porque la precariedad económica en la que viven les obliga a jornadas de trabajo largas que les dejan agotados y que casi no les permiten dedicar tiempo a su hijo, que suele quedarse al cuidado de alguna vecina.
Fruto de esas experiencias, el niño desarrolla un sentimiento de abandono que le acompaña toda su vida, configurándose en su mente la idea de que tuvo un padre o madre que no le supo cuidar y que le abandonaban.
Si esta persona consiguiera ampliar su mirada, vería los esfuerzos de sus padres para poder pagar el alquiler y todas las facturas que eran necesarias, sabría de su cansancio y frustración por ese trabajo mal pagado que a penas les daba para sobrevivir, y que les mantenía malhumorados y cansados cuando llegaban a casa; vería, el dolor y la preocupación del padre o la madre cuando le dejaban con fiebre en la escuela por no poder faltar al trabajo, o recordaría el regalo que con tanto esfuerzo le hicieron en un cumpleaños….. Vería la escena completa.
Los recuerdos del dolor sentido por las ausencias no desaparecerían, pero el sentimiento de abandono se desactivaría. No habría necesidad de perdonar. Habría conseguido ver.
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Miramos a la persona que nos ha herido por una especie de tubo, por ese cristal que decía el poeta, por el que resplandece con gran intensidad la parte de ella que a mí me hirió, desenfocándose por completo el resto de la escena.
Por eso, insisto, que será nuestro ojo el que tendrá que aprender a mirar de otra manera para poder ver de otra manera y así permitir que el sentimiento del perdón nazca en nuestro corazón.
Con diversos recursos que la psicología pone a nuestro alcance, y una apertura al mundo espiritual que guie nuestro corazón y entendimiento, podremos conseguir ampliar ese tubo por el que estoy mirando a la persona y tener una visión panorámica de toda la escena.
Tendremos así, que dedicar todo el tiempo que precisemos a analizar las cosas positivas que esa persona tiene ( todo el mundo tiene algo bueno), a recrear la ofensa imaginado puntos de vista diferentes al mío, a reescribir esos episodios de forma diferente, a mirar a la persona que nos ofendió alejándonos de sus ofensas y mirándole en la distancia, en otros escenarios, y en otros papeles.
Veremos así, que nuestro ofensor, en su conducta, acierta y se equivoca como cualquier ser humano, como nosotros mismos, cómo discurre su vida, los obstáculos y empujes que ha tenido, los logros y fracasos que ha cosechado y entenderemos. que sus actos, como los nuestros, vienen impulsados por las limitaciones impuestas por sus propias concepciones del mundo al igual que ocurre con los nuestros.
Nos daremos cuenta de que los seres humanos ejercemos los diferentes papeles que adoptamos en la vida, padres, hijos, hermanos, amigos, determinados por los esquemas mentales y emocionales que nos definen como personas.
Si somos personas despistadas, cobardes, amables, generosas, egoístas, iracundas, violentas, o con cualquier otra característica, lo seremos también cuando ejerzamos los diferentes papeles que desempeñemos en el mundo social.
Comprenderemos que todos nos hemos construido esquemas mentales con las etiquetas de padre, madre, hijo, amigo, vecino, etc,,, en la que hemos colocado una serie de características que quizá no se correspondan con las personas que ejercen esos papeles en nuestra realidad social.
Poco a poco miraremos a la persona que nos causó la herida, y al resto de las personas, de otra manera diferente a cuando iniciamos nuestro camino de transformación.
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En algún momento, esta nueva forma de mirar formará también parte de mi entendimiento y empezaré a comprender, que la ofensa que no consigo perdonar tenía que ver más con la persona que la hizo que conmigo.
Que lo que hizo o dijo se corresponde con sus esquemas y formas de actuar ante determinadas situaciones, pero que también tiene esquemas y formas de actuar luminosas ante otras, y que esa ofensa percibida por mi con tanto dolor, es solo la forma en que esa persona se sabe manifestar ante la vida y no con voluntad específica de herirme. E Incluso, si esa voluntad de hacer daño hubiera existido, también podríamos rastrear en la persona el esquema causante de esa anormalidad y de la que él no sabe salir.
Sabremos que todos somos en esencia lo mismo y que cada cual cumplimos aquí el papel que venimos a realizar según el camino trazado por nuestro alma en la forma en que sabemos o podemos, y que por encima de nuestros papeles de ofensor/ofendido, está esa naturaleza inmortal que todos poseemos y en la que solo brilla la luz.
Habremos modificado nuestro propio ojo, nuestra forma de mirar.
No se trata de mirar para otro lado y ocultarnos lo oscuro. Se trata de mirar toda la escena y Ver y eso, solo es posible cuando hemos creado en nuestro cerebro imágenes de los distintos ojos que pudieran contemplar el cuadro, es decir, de crear puntos de vista diferentes al que yo tengo.
Cuando vemos a cualquier ser humano de esta manera las ofensas se desactivan,
Hablo de que en nuestro corazón ha empezado a existir una comprensión diferente del hecho que me causó el dolor. Lo ocurrido sigue ahí, pero mi ojo ya ve otras cosas también y siente amor.
No hablo del amor efusivo que busque caricias y risas. Hablo del amor que conlleva la aceptación del otro en lo que es, de la comprensión de sus fallos y de la valoración de sus aciertos y dejar que penetren en nosotros también el disfrute por los aciertos que esa persona también nos causó en algún momento.
Recordemos ese sentimiento de amor que hemos rememorado anteriormente. ¿Acaso la persona a la que amamos está libre de fallos y defectos? Por supuesto que no, pero la amamos. La vemos en su totalidad, vemos sus defectos y limitaciones, y, aún así, la amamos, porque nuestra mirada nos da una visión total de ella, pero nuestro ojo no resalta sus sombras.
Para algunas personas, este camino que yo he descrito lleno de renuncias y de reescritura de nuestras concepciones del mundo, no es necesario recorrerlo. Sus propios esquemas mentales le han permitido aplicar una mirada a las situaciones más amplia y, por lo tanto, han sabido ver sin tener que llegar a sufrir el daño.
Viene a mi memoria el ejemplo, conocido por mí, de una persona que quedó huérfana de madre con pocos años de vida y su padre, al poco tiempo, se volvió a casar. La madrastra llenó su infancia y juventud con mucho dolor por el trato que la dio en esos años. En las conversaciones que mantuvimos siempre se refería a ella como si fuera la madrastra de Blancanieves, pero nunca la oí una queja de su padre que, a mis ojos, fue el verdadero responsable de esos años infelices. Al fin y al cabo, pensaba yo, él tenía la obligación de protegerla.
La respuesta que me dio abrió también mis ojos a la comprensión de lo que es el verdadero perdón, el que sale del corazón.
A mis palabras ella no relató las infinitas veces que el padre contribuyó con omisiones u activamente al maltrato que la madrastra le dio. Me dijo simplemente, él hombre hizo lo que pudo, era cobarde, no sabía enfrentarse a ella y tampoco sabía cuidar sólo de una niña. No supo hacerlo mejor.
Veía a su padre. Le vio en su totalidad y no dejó nunca que el dolor por esa conducta cobarde tapara los actos de amor que también le dio en esos años.
Ella no tuvo que hacer ningún esfuerzo para mirar de otra manera, vio la escena completa en todo momento.
No quiero que el lector saque la idea errónea de que todo se consigue fácilmente o de que no contemplo ofensas que son de tal magnitud que parece imposible sanar las heridas que nos provocaron.
Hablo de asesinatos, abusos infames, abandonos reales y miles de conductas más que un ser humano es capaz de perpetrar contra otro.
También esas grandes heridas pueden ser sanadas cuando conseguimos ver al otro de la manera que he descrito anteriormente. La literatura, el cine, la prensa nos muestran múltiples ejemplos de ello que ahora no menciono para no alargar este artículo.
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Si conseguimos cambiar nuestro ojo, nuestra forma de mirar, no habrá nunca más ofensas que perdonar, ni a las otras personas ni a nosotros mismos.
No será necesario decir Te perdono/Me perdono. Diremos Te Veo/Me veo.
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Es una maravilla como expresas lo que es perdonar desde el corazón. Con tus palabras nos abres las puertas que nos llevaran a la libertad y al reconocimiento de nuestro Ser.
Entonces, como tu dices, sentiremos el perdón, podremos perdonar con el corazón y habrá cambiado nuestra visión del mundo. y nuestra vida.
Gracias por compartir tus reflexiones que tanto nos ayudan